Reseña del escritor Emilio Alberto Restrepo sobre El lugar de las sombras




“Acá hay una depresión”, pensé… “después de tantos años de convivir con ella se ha convertido en mi sombra; conozco su forma, sus matices, y reconozco sus huellas en los demás”.

En el libro El lugar de las sombras, ópera prima de la escritora antioqueña Maritza Franco Alzate, nos sentimos atravesados en cada una de sus páginas y de sus párrafos por esa presencia constante, obsesiva de “la sombra”, en todas las acciones que componen el hilo narrativo de la novela.

Sin restricciones, la autora tiene claro lo que quiere contar: cómo la depresión se infiltra como una sombra en la vida de los protagonistas, a veces evidente, a veces sutil, en ocasiones apabullante hasta lograr la oscuridad total, en otras solapada para permitir resquicios de luz y tratar de pasar desapercibida. Pero siempre dispuesta a dañar todo lo que toca a su paso. Porque a través de la narración de la protagonista, Luciana, y la descripción pormenorizada de sus relaciones con amistades, clientes y parejas, tiene claro que la gran mayoría de nuestras familias “normales” se ha visto fracturada por un episodio de depresión que enrarece sus rutinas, que empaña lo cotidiano, que contamina los lazos, los afectos y se apodera del humor, de los sentimientos, de los intentos de comunicación y los destruye.

Como un óxido que corrompe el metal, como una humedad que llena de moho las superficies, como una comunidad de termitas que devora los pilotes de madera y del techo y termina destruyendo las estructuras de una cabaña que se veía firme.

Así de claro. Así de contundente. Lento, pero sin pausa, va haciendo metástasis para contaminar hasta el último rincón de lo que estaba sano. Robándole vida a la vida, dejando sin esperanzas lo que algún día las tuvo.

Destruyendo las relaciones personales y los anhelos, dañando la calidad de la existencia y muchas veces conduciendo de manera directa al final de ella.

Porque tiene presente que se juega la vida en el trayecto, muchas veces sin conocer ese mecanismo de relojería perversa que opera por dentro de las personas: “…también yo recogería pedazos, pero de tiempo para formar días de vida perdidos. El día sería más difícil que la noche. Afuera, todo marcharía bien; no se detendría el mundo porque yo no hubiera dormido. Llegada la mañana me bañaba con la boca seca, la piel sin brillo y la sensación de una fuerte resaca.”

“No podía salir así, debía dormir, pero ya no había tiempo. No podía conducir así, pero lo hacía. Medio conducía, medio trabajaba, medio vivía.El día empezaba a obscurecer y los temores a llegar. Veía mi cama como un enemigo que se reía. Me parecía que tenía vida propia. La preparaba con cuidado, extendía bien la sábana y miraba la almohada blanca, ya acostumbrada a los rastros de maquillaje que delataban las lágrimas.”

“Las luces de mi casa empezaban a apagarse, y yo me disponía a enfrentar una batalla que siempre perdía.”

Porque este libro nos hace entender que el problema está allí, muchas veces respirando detrás del hombro, velando nuestros sueños para convertirlos en insomnios, mutando las caricias en agresiones, las risas en llantos, las ilusiones en miedo, los proyectos en frustraciones. Y casi siempre sin darnos cuenta.

“En las sombras se siente más de lo que se debiera sentir; se piensa más, se analiza cada cosa, cada detalle; cada dolor es como una gota que cae en el agua y genera ondas infinitas de pensamientos. Perfectamente triste para besar la boca inútil de la muerte, lloro ante los sueños rotos que me separan de las cosas” dijo Pizarnik.

“Muchos dejan caer el cuerpo desde un alto edificio, mientras el alma se envuelve en el viento con otra dirección. Otros prefieren abrirse la piel buscando sacar de las venas el origen mismo del dolor, para verlo salir, y en cada gota despedirlo mientras los ojos se cierran y la mirada se pierde en un incierto pero nuevo camino. Algunos disparan o cuelgan la parte del cuerpo que resguardó el verdugo amenazante, ese «pensamiento» que cerró las puertas cuando la luz entró por ellas. O también, como mi vecino, otros deciden esperar un sueño que llega entre el monóxido de carbono, un último sueño que muestra la salida del oscuro túnel del cuerpo.”

La protagonista narra las cosas como si sufrir fuera parte de lo cotidiano, como un presente “normalizado” que no deja otra opción, entendiendo que hay un mecanismo macabro que controla su mente y se apodera de su cuerpo y sus decisiones. El asunto llamativo es que lo entiende y aprende a convivir con su estado, bien sea cuando está derrotada:

“—Son las dos de la mañana. No he podido dormir en varios días. Alguna vez ha escuchado que le digan: ¿Descanse y mañana piensa mejor las cosas? ¿Descanse que mañana será otro día? Piense que esas palabras no existen para mí. Todo es un mismo día. No puedo ver las cosas distintas. Siento que mi cabeza se está llenando y cada día que pasa, se va quedando sin espacio. Todo son imágenes recientes, confusas. Ya no sé diferenciar entre los sueños y la realidad. ¡Por favor, deme ese Rivotril!”

O cuando está medicada: “Con el Rivotril que había consumido parecía que viviera en una nube permanente. Sentía la cabeza como un globo en donde todo flotaba. Solo quería dormir, y lo hacía. El orden de importancia de las cosas  empezaba a cambiar. Sentía palpitaciones y temblores permanentes. La vida estaba pasando a mi lado, y yo no estaba en ella.”

 “No lo dejé. Sabía que me dañaba, pero se quedó conmigo. Como un amigo que miente o como un amor que engaña. Cada noche tenía la certeza de que sería más difícil dejarlo. Sentía su efecto, al igual que se sienten los besos que no son sinceros, pero que, aun así, se necesitan. Cada noche el Zolpidem llegaba al lugar de mis neurotransmisores y se llevaba algo de mí, lo sentía; no contento, me impedía, además, ir al lugar donde se encuentran las realidades, las fantasías, los temores y los anhelos. No soñaba, pero dormía. Acepté esa negociación. Gracias a él podía levantarme y programar el día sin tener una deuda que pagarle al sueño, trabajar, hacer ejercicio…, simplemente, podía vivir”.

O cuando está encontrando una especie de equilibrio forzado en lo que entiende como una anormalidad concertada, a la cual se tiene que acostumbrar“Le sonreí, con la certeza de que las personas se conocen en la marcha; es allí donde van mostrando sus cartas.

Nadie enseña el juego completo; todos  tenemos una o más cartas ocultas esperando el momento para mostrarlas o dejarlas ahí para siempre, hasta que ellas solas, en un descuido del destino, se dejan ver.”

“En esa casa también estaba ella, «la sombra»; era fácil percibirla en la mirada, en el rostro. Allí estaba y, hoy, marcaría el rumbo de la conversación.”

“Sabía lo difícil que era aceptar esa enfermedad en el otro. Recuerdo la indiferencia de casi toda mi familia durante las crisis más difíciles de mi enfermedad. A excepción de mi hermana menor, los demás pasaban a mi lado haciendo sus vidas, y yo tenía la mía detenida. Tardé muchos años en entenderlos.  Solo cuando las sombras se fueron desvaneciendo un poco, pude comprender que ellos no veían ese lugar que se extendía en mi cabeza. Era invisible, allí, donde me volvía pequeña o los problemas se volvían grandes, más de lo que en realidad eran.”

“Me pareció buena la idea. Estar allí en unas urgencias psiquiátricas y no tener que organizar la casa cuando todo termine. Poder gritar sin el temor de ser escuchada. No fingir que estoy bien. No luchar, y dejar que luchen por mí.”

Casi siempre asumiendo el mundo y la vida real de manera solitaria, sin contar con la comprensión y el apoyo de familiares y amigos, por el contrario, casi siempre teniendo en ellos a los críticos más feroces e intolerantes, que en todo momento se negaban a entender que el asunto era patológico e iba más allá de un capricho por una personalidad afectada por un cuadro psiquiátrico que la mayoría se niegan a asumir y a confrontar para buscar una salida: “Yo tenía una soledad que Luis no conocía, un silencio que me acompañaba como el delantal en el que mi madre secaba sus manos.”

 “Hoy no entiendo cómo me dejé hacer eso. Latigazos al espíritu, al corazón, al alma, a como se quiera llamar esa parte invisible que los médicos no pueden curar; allí donde las heridas a veces no sanan. A diferencia de la cicatriz en el cuello por mi cirugía de tiroides, esa sobre la que mis ojos cada mañana pasan indiferentes, esta cicatriz del alma se abre y sangra cada que recuerdo… no a Sergio, me duele es esa joven de veintidós años, a quien no pude ayudar.”

“Yo no quería decir nada, lo que veía no me dolía, me humillaba. Tampoco podía llorar, ni enfurecerme; ya estaba lacerada por dentro. Mis lágrimas no salían, solo miraban a través de mis ojos.”

“Muchos psicólogos visité, terapeutas, bioenergéticos y hasta brujas. Buscaba no tener tantas heridas y no sabía cuál debía curar primero. No puedo hoy recordar sin dolor lo difícil de esos días, tampoco recuerdo los acontecimientos importantes de esa época; por ejemplo, quién gobernaba el país o si todo me sucedió antes o después de lo de las torres gemelas.

Trataba de escaparme de ese enemigo que tenía dentro y que me encontraba en las noches cuando estaba  sola, o en el día cuando tenía una pausa. Quería evadir mi mente, no quería escucharla. Era ella quien me perseguía trayendo de nuevo la imagen de alguien a quien ya no quería amar.”

“Empecé a entender que no era la única buscando la felicidad en lugares equivocados.” Y así, desde lo femenino, con un lenguaje profundamente poético nos narra una serie de historias reales que tienen que ver con la pérdida, con el dolor, con la angustia de sentirse vivo sintiendo que es algo injusto o por lo menos inequitativo, a través de la muerte del ser querido, del cáncer, del aborto, de la enfermedad, de la infidelidad, del abandono; de la presencia constante de la muerte, de la incomprensión de las parejas, de la imagen ambivalente del  padre, de la constante lucha de las madres por tratar de dar consuelo o sacar adelante sus proyectos porque se  encuentran ante un mundo masculino profundamente  misógino e insuficiente que no les proporciona apoyo cuando más lo necesitan, por la mezquindad y la cobardía de hombres que prefieren huir a acompañar.

Las historias son poderosas y muy bien narradas, conmueven por su carga afectiva sin caer en el patetismo del melodrama. Como lector, confieso que es difícil salir indemne de ellas sin quedar tocado de manera efectiva, cuestionado y un tanto roto.

Este libro se ha constituido en una experiencia de lectura invaluable y me llegó a rincones de conciencia que desconocía, pese a mi formación como médico, como lector y como escritor de ensayo y ficción.

No dudo en recomendar esta novela, El lugar de las sombras, a los lectores sensibles, a los indiferentes que necesitan ser permeados por asuntos que trascienden las relaciones de las personas que los rodean, a los médicos que tratan pacientes, a los familiares que están rodeados de personas que sufren y no saben por qué, a los que han sido pacientes y están en pleno proceso de lucha, en fin, a los que quieran entender ese flagelo de la depresión que no da tregua y cada vez más nos tiende un cerco que no diferencia edades, sexo,  estrato, nivel de educación. Pese a lo bien escrito, a la poesía precisa y desgarrada de cada una de sus frases, al entendimiento doloroso que la autora demuestra del tema en su calidad de paciente y sobreviviente de una “depresión mayor cíclica y recurrente”, enfrentarse a este libro es una aventura fuerte, que puede llegar a ser dolorosa en la medida en que nos confronta y nos cuestiona nuestra relación con el otro y con nosotros mismos. Y eso no siempre es grato.

En hora buena haber tenido la oportunidad de sumergirme en este libro. Creo que es un logro por parte de su autora que ha escrito un capítulo distinto y notable en la literatura colombiana, en la narrativa femenina y en la escritura que tiene que ver con los asuntos  mentales y del comportamiento humano. Creo que la Editorial CES se ha anotado un tanto a su favor, en un libro que produce un impacto profundo, que será valorado y agradecido por los lectores.

Reseña original aquí

https://asmedasantioquia.org/2022/06/16/resena-del-libro-el-lugar-de-las-sombras/#more-21725%20l



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